sábado, 21 de enero de 2017

La última plaza intramuros de Cádiz

La última plaza de toros intramuros de Cádiz, sita en el campo del Sur, se construyó en 1862, en madera, en solo 28 días, estrenándose el 27 de septiembre de ese año con la presencia de la familia real. El 1 de noviembre de 1914, hace ahora un siglo, se celebraba el último festejo en aquel histórico y fotogénico coso.

El solar era un desnivel con quince pies de inclinación, por lo que se practicó un desmonte en el costado del Este y se formó un terraplén al Oeste. Se erigió la plaza a expensas del acaudalado gaditano Jorge Mendaro, quien pretendía que con ocasión de la visita de Isabel II a la ciudad no faltaran las corridas de toros, ya que desde siete años antes Cádiz no contaba con plaza, derribada por otro socavón en la muralla.

El arquitecto del nuevo coso fue Manuel García del Álamo, el del Ayuntamiento. Trazó un proyecto sólido: un poliedro de 32 lados, con 92 metros de diámetro y otros 290 de circunferencia. La altura era de 11,70 metros, y aforaba 13.000 personas. Contaba con un solo corral y cuatro burladeros que se convirtieron en ocho cuando El Tato pidió que se duplicaran en una actuación en la que convalecía de una cornada. Años después se construirían dos corraletas más y la cuadra.

Los comerciantes Velarde y Freire compraron la plaza en 1883 y la reformaron. Instalaron un despacho de billetes -antes los boletos se expedían en un bajo frente a Santa María- y trasladaron la enfermería bajo el palco de la Presidencia.

Poco después Pedro Manjón adquirió la plaza. La explotó algunos años, para vendérsela por fin al sanluqueño Manuel Sánchez García. En 1896, como era preciso sustituir la techumbre de los palcos altos, el empresario optó por suprimirlos. El edificio se quedó sin sus veinticinco palcos y su ornamentación de hierro perdiendo su forma airosa. Luego pasó a manos de Cipriano Viniegra y en 1904 a José Paredes. Al lado, la última tarde de toros en la plaza vieja del Campo del Sur.

Paredes revistió la plaza con una obra de albañilería a su alrededor, sustituyó los toriles de madera por otros de mampostería y acometió otras obras de importancia. Ya quedaba muy poco o nada de la antigua plaza .

Pero a principios de 1915 los temporales dañaron las murallas con cuatro edificios en grave riesgo: cuarteles, matadero, Cárcel Real y plaza de toros. El agua socavó murallas y troneras. Había varias brechas abiertas en la muralla por el Campo del Sur. De hecho la Cárcel Real y la batería de San Nicolás estaban en ruina inminente y hubo que trasladar los presos al Baluarte de los Mártires. Detrás de la Catedral rompía la muralla una brecha de diez metros.

El ingeniero jefe de Obras Públicas de la provincia, Enrique Martínez, incluso penetró en el boquete por un canalizo, llegando hasta la altura de la Fundición de Manzano (hoy trasera del Teatro Romano) apreciando en aquella zona el riesgo de desplome del lienzo de muralla.

Ya la afición daba por perdida la plaza. El dueño del edificio, José Paredes, confirmo que Juan Cabrera, arquitecto municipal, le había dicho que no se podrían dar corridas ese año mientras no se repararan los daños de la muralla, obras que se preveían para al menos dos o tres años. El empresario estaba pensando en vender la plaza, o desbaratarla y vender la madera. Paredes se justificaba en que la plaza le costaba varios miles de pesetas al año entre contribución, gastos de guardería y demás. Al lado, El baluarte de San Nicolás -sobre el que estaba la plaza de toros- defendía el flanco del mismo nombre. La formidable defensa sucumbió a los temporales y hoy no existe.

Poco después se supo que se había producido la venta con la intermediación del agente de negocios Rafael Rivas, adquiriendo el coso Manuel Sánchez. La venta se hizo por subasta autorizada el 19 de junio en la notaría de Luis Álvarez Osorio. El precio fue de 12.000 pesetas .

En septiembre la plaza presentaba un triste aspecto según Diario de Cádiz: "mostrando su interior todo el enmarañado tramazón de palos ennegrecidos por el tiempo, que sustentaron tantos años las graderías, localidades de preferencia y palcos que constituyeron el circo" .

Todavía había restos en pie en febrero de 1916, un derribo que dirigía el arquitecto Jesús Yangua y que terminó poco después. Hasta quince años después de aquel festejo del día de difuntos de 1914, en el Corpus de 1929, la afición de Cádiz no disfrutaría de nuevo de lo que había sido uno de sus espectáculos favoritos y el más concurrido con una nueva plaza en Extramuros.

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